Hace ya más de una semana de las elecciones catalanas y no paro de ver que si ‘análisis electoral’, que si ‘post-electoral’, ¡qué listos son todos oye! Pero nadie ha sido capaz de pararse a pensar en la ‘trifulca’ emocional en la que los catalanes se han visto inmersos. Porque una cosa está clara, elegir entre papá y mamá es doloroso, deja secuelas y el niño requiere de mucho cariño.
Siempre que hablo de estos temas empiezo diciendo lo mismo, que ni soy entendida en fronteras, ni en religiones, ni en banderas, pero hemos tenido un montón de ‘expertos’ que no han parado de explicarles a los catalanes quiénes son y qué es Cataluña, como si no se conocieran a sí mismos, y haya que convencerles de lo que queremos que ellos sean. Como para no acabar majareta.
Así que saquemos el diván del psicoanálisis y metámonos en ‘fregados varios’ con vistas a recibir unas cuantas collejas, de esas que te soltaba tu madre cuando picabas del pastel creyendo que no te veía, pero sin percatarte de que mamá tiene ojos en todas partes; sí, también ahí detrás.
Empiezo con la premisa de que toda separación es traumática y que siempre hay una de las partes que sufre mas que otra. Pero papá y mamá intentan primero buscar una salida, hacer terapia, encontrar puntos de unión y no de separación, para seguir juntos y que los niños no sufran. Y creo que en ese punto estamos y que nuestros paisanos catalanes se han quedado en una especie de ‘catarsis emocional’ tras haber sido psicológicamente preparados para un divorcio, que les proporcionaría una gran felicidad, y que nunca llegó.
Y tras el ‘sock’ llegamos a la fase del cariño, en la cuál tenemos que empezar explicándoles a los catalanes quienes somos los, llamémonos no catalanes, porque otros ‘expertos’ les han convencido de lo que ellos quieren que seamos. Oiga que parece que nos avergonzamos y así, no me extraña que se quieran separar de nosotros, yo lo haría, pero que no todos somos unos cenutrios que vamos con una gallina debajo del brazo, lanzando cabras por los campanarios y que algunos –y aquí hablo en tercera persona para no parecer presuntuosa- son modernos, alternativos y como dice un amigo mío, hasta un poco underground. Que no todos vamos cantando ‘Paquito el Chocolatero’ en el coche –acto muy respetable OJO- y que si el ‘SONAR’ (Festival Internacional de Música Avanzada de Barcelona) se llena de madrileños, burgaleses o granadinos será por algo. Y, leches, que no vamos preguntando por ahí si son catalanes para machacarles a impuestos y sacarles la pasta, que no, que algunos somos los primeros en sacar el dinero para pagar la siguiente ronda.
Y si es por presumir hagámoslo de gastronomía. que somos punteros y que no sólo se come rabo de toro –riquísimo por cierto- y SÍ, pienso seguir comiendo calçots y brindando con cava catalán porque me da la gana, me encantan, y porque no pienso hacer boicot a los productos catalanes le pese a quien le pese. Eso si, lo siento por Estrella Dam pero donde haya una Mahou…
Pero al grano, que es tarea de todos nosotros destruir esa barrera emocional que se ha creado en la franja aragonesa-catalana. Así que yo por mi parte, no pienso permitir que nadie me diga lo que siento por Barcelona –por ejemplo- porque ese sentimiento ha crecido a base de cariño entre esa ciudad, sus gentes y yo; y seguiría siendo así, aunque Cataluña se hubiera declarado estado de Kazakstán, porque nadie me puede convencer de mis sentimientos, al igual que nadie, podrá mandar en los de los catalanes.