Aún no ha acabado el martes de Carnaval y ya hemos enterrando a la pobre sardina. Y que conste que no lo digo por Rajoy, que está viviendo su particular miércoles de ceniza. Pero para cenizos los titiriteros que pasan noche ‘en la sombra’, como dirían en mi barrio. Y es que mi capacidad de entendimiento no debe ser suficiente para comprender el esperpéntico capítulo vivido el otro día en un barrio de Madrid. Pensemos, si la sátira es un género literario que tiene la finalidad de ridiculizar y/o burlarse de una persona o situación, apelando a la ironía, la parodia y el sarcasmo para expresar su rechazo a aquello que ridiculiza, no entiendo cuál es el argumento para acusar de ‘enaltecimiento de terrorismo’, pero supongo que nos lo explicará muy detenidamente el juez, así que no penséis en esa palabra tan fea que es la censura.
Aunque una cosa si hay que reconocer, que la obra del otro día no consiguió otro de los fines de la sátira, que ‘divertir y entretener’ al público, claro que yo creo que para juzgar eso no está capacitado un magistrado –me refiero al perfil profesional claro- más bien eso debería juzgarlo un crítico de teatro, cine o espectáculos, y recordemos que la sátira de ‘El Gran Dictador’ de Charlie Chaplin tuvo cinco nominaciones a los Oscar. Otra cosa es que la obra de los titiriteros no fuera para un público infantil, y que no avisaran con la suficiente antelación, con un aviso en la portada como en los videojuegos esos donde se mata a gente y se ven muchos intestinos.
Menos mal que aún nos queda la música y el cine para entretenernos, aunque hemos empezado mal el año, ya que lo hemos hecho acabando una era con la muerte de David Bowie. Todo un trasgresor, un genio que fue capaz de poner banda sonora a su propia muerte. Es de ese tipo de personas tocado por una estrella: cantante, compositor, músico, actor, todo estaba a su alcance. Menos mal que aún nos queda Rosendo…