Muchas personas entre los 35 y 50 años están en pleno auge de la maternidad o paternidad, con hijos todavía pequeños. Y hoy me propongo hablar de ellos, de los niños pequeños y cómo nuestros estados pueden afectar, no ya solo a su conducta, sino también a su cerebro, esto solo como un comienzo…. Como nos enseña la neurociencia, “la plasticidad cerebral significa que la experiencia deja una huella en la red neuronal” (Ansermet y Magistretti, 2006). Eso sinceramente es un beneficio para todos, ya que hemos dejado atrás el modelo determinista, o sea que todo viene en los genes o lo que nos pasó cuando éramos muy pequeños es lo que nos va a condicionar toda la vida. No, no hay que ser tan pesimistas, nos lo dice la ciencia; si bien determinadas experiencias marcan mucho, son traumáticas, podemos tener la suerte de poder, en determinada medida, revertir esas situaciones.
Como seres humanos nacemos dependiendo totalmente de otro ser humano, y eso es muy importante, venimos con un montón de posibilidades para adaptarnos al padre/madre/cuidador que nos toque. Una vez sucede ese encuentro, vamos dejando otras posibilidades de lado e intentamos centrarnos como bebé humano, en conductas que nos ayuden a lograr y llamar la atención de esa persona que está a nuestro cuidado. El llanto es una conducta de reclamo “per se”, por lo cual cuando nuestro hijo llora, quizás es porque no tiene otra forma de comunicarnos muchas cosas, y necesita que nosotros lo interpretemos bien, y nos demos cuenta si quiere que le demos de comer, que lo cambiemos, que lo ayudemos a dormir, estar con nosotros, etc. Sabemos que el niño es incapaz de procesar solo su malestar, su estrés, y es el adulto el que lo saca de esa situación o no, y eso genera una experiencia, por lo cual como he señalado antes, esa experiencia deja una huella en nuestro cerebro. Si ha sido placentera, muy bien.., y si no, nos sentimos como bebés bastante irritables. Por supuesto que esto no “cala” con una respuesta única, o una vez que no acudamos en tiempo récord no significa que somos desastrosos, esto es un proceso, y la respuesta sensible está en el equilibrio entre la rapidez con que actuemos y la frustración óptima. La frustración es fundamental para que al niño se le genere la capacidad de desear, de imaginarse la respuesta.., pero claro, todo en su justa medida, que a veces es la más complicada de lograr. Por lo cual, la función principal del adulto es darle un equilibrio, ya que el niño sólo es incapaz de organizar su excitación y de nuestras respuestas dependerá de qué forma ese cerebro y esas emociones se organizan.
Sin duda que si “el desarrollo y el funcionamiento cerebral ocurren en un contexto intersubjetivo” (A.Schore, 2011), es fundamental cómo llevemos nuestra propia vida como adultos, ya que seremos los artífices, en parte, de esos cerebritos. Es importante conocer éstas y otras formas de funcionar, ya que la regulación temprana es muy importante, y así surgen posibilidades de transformar determinadas crisis en oportunidades. Seguimos en breve……