No sé vosotras, pero yo me tiro el día entero en esa tesitura. Paro el mundo y hago caso infinito a mis hijas o hago la infinidad de cosas que tengo que hacer: trabajar, planchar, cocinar…. Pues como decía Aristóteles en el término medio está la virtud, y un día opté por tratar de hacer ambas cosas a la vez, es decir, hacerlas caso y hacer cosas.
Algunas veces sale redondo, he de confesar que la mayoría de ellas y por eso repito, pero en otras ocasiones la cosa se tuerce y es mejor optar por una de ellas, generalmente la de “te hago caso” que es la que más relaja el ambiente y mayor reporte positivo trae.
En ocasiones, compartiendo con amigas también casi cuarentañeras y con hijos la necesidad de compatibilizar los tiempos con ellos y los de nuestras dichosas obligaciones diarias, me doy cuenta de que hay cuatro claves para conseguir poder hacer las dos cosas a la vez:
- Convertir la tarea a realizar en un juego, de esta manera los peques entran en la actividad y acceden a colaborar, de paso aprenden y poco a poco puedes ir delegando en ellos las cosas sencillas. Por ejemplo, tú metes la ropa en la lavadora mientras yo la selecciono, y de rebote, me ahorro doblar unas cuantas veces más la espalda que ya va resintiéndose con la edad.
- Acompañar lo que estamos haciendo con una conversación divertida, amena y que al peque le enganche, o, ir contando una historia, aunque sea inventada, mientras la realizamos. Si, además, de vez en cuando hacemos una breve parada para darle un arrechucho y continuamos la actividad, reforzamos la atención que le damos y se siente mucho mejor y con ganas de participar.
- Relativizar los momentos de caos, como cuando te quieren ayudar a fregar y acaban volcando el cubo con el agua, o tiran a la basura lo que no deben… antes de la reprimenda debemos pensar la intencionalidad de su acción. Si lo han hecho a posta para robarme toda la atención y no permitirme compatibilizar, yo sí me enfado, pero si el pobre o la pobre, con toda la buena intención del mundo, está intentando ayudarme y algo sale mal, no se me ocurre dar una reprimenda, trato de mantener la calma, decirle que eso no se hace o que tenga cuidado y, lo más importante, le enseño a hacerlo correctamente y hacemos un ensayo si es posible. De esta manera se sabe comprendido y sabe que un error no va a ser motivo de castigo, sino una oportunidad para aprender, y con ello aumentamos las ganas de seguir ayudando.
- Calcular muy bien los tiempos para hacer las cosas. No hay nada peor que tener la presión del reloj encima cuando hacemos las cosas porque la paciencia se agota y el grito y el castigo se nos escapan sin darnos cuenta.
Funcionar en positivo con los niños es garantía casi segura de que las cosas fluyan tranquilamente, se reduzca el estrés familiar y mejoremos nuestra relación con los hijos. Os animo a probarlo una temporada y ya me diréis si notáis algún cambio.