Ya comienza la cuenta atrás, cumplidas las 30 semanas solo quedan diez para salir de cuentas, y parece que fue ayer cuando lo anunciaba, no sé por qué se me está haciendo corto, ya veremos a partir de ahora…
El caso es que, a estas alturas, estamos hablando de seis meses y medio, el asunto ya debería estar más que asimilado, digo yo. Pues no, hay gente aún que no lo entiende. Mejor me explico, y es que, hay personas que, con mayor o menor confianza me dicen, -no sé cómo en tu situación te has atrevido a tener otro hijo, no sé si eres una valiente o una temeraria- y cosas por el estilo.
Y me acerco al quid del asunto, qué incomodo es decidir, ¿verdad?, al margen de que me dé por contestar un ‘muy borde’: -esto no es asunto tuyo-, o sonreír con cara de asco y pasar del tema.
Decidir siempre es difícil, sobre todo si se trata de cambiar tu vida de forma bastante radical, en este caso tener un hijo. Que levante la mano quien no haya tenido dudas a la hora de plantearse aumentar la familia.
Siempre existen temores, a cada cual más variopinto: -con lo bien que vivo yo ahora sin preocupaciones; esto sería un parón en mi carrera profesional; ahora mismo no tengo ni tiempo ni dinero; no es el mejor momento con mi pareja; aún soy muy joven y me queda mucho por vivir; no sé si será buen padre/madre-, en definitiva, es una decisión que no se debe tomar a la ligera, pero cuando lo haces, obviamente, con todas las consecuencias, las buenas y las malas.
En mi caso, es obvio que no era el mejor momento de darle una hermanita a mi niño grande de tres años, pero seamos sinceros, tengo 36 años y por paradójico que parezca, la madre naturaleza nos ha salido bastante machista en este asunto, porque sí, a las mujeres se nos pasa el arroz, no a ellos, no, a nosotras que, por otro lado, tenemos el inmenso privilegio de llevar dentro una nueva vida, pero que si te descuidas no lo cuentas.
De hecho, hoy en día, cada vez son más mujeres las que tienen problemas para concebir, y no es cuestión de echarle la culpa a nadie, pero sin la ‘obligación’, autoimpuesta en muchos casos, de ‘ganarnos’ un puesto de trabajo a base de renunciar a ser madres más jóvenes, tal vez no tendríamos estos problemas. Y volvemos al principio, elegimos entre una carrera-reconocimiento profesional a tener hijos.
También, muchas veces, no encontramos al ‘hombre ideal’, -aunque soy de la opinión de que las ideales somos nosotras y ellos quienes no se adaptan a nuestro ideal-, y lo vamos posponiendo hasta que, o llega tarde, o no llega. No conozco muchos casos, pero hay mujeres que optan por ser madres solteras y de nuevo volvemos al machismo, no está muy bien visto andar por ahí con hijos y sin una figura paterna, ¡¡qué horror, qué desvergüenza!! se nos ocurren miles de historias tristes para esa desafortunada mujer que no ha conseguido retener a su lado al macho alfa que la proteja… y así, de un plumazo, retrocedemos a la baja Edad Media o casi al pleistoceno, si me apuras.
Pero todo nos lleva a lo mismo, a decidir, ese gran derecho-libertad del que, afortunadamente y por ahora que nunca se sabe lo que vendrá, podemos disfrutar. Decidimos a cada momento, cosas insignificantes en su mayoría, como la ropa que elegimos por la mañana o la comida que preparamos, y siempre, por absurdo que parezca, cada una de ellas es susceptible de polémica y por supuesto, opinable, ¡cómo no!, aunque no me interese un carajo lo que pienses…
Pues yo decidí traer al mundo a otro ser humano, y todas las mañanas, cuando mi marido se va al cole a llevar al amorcito de mi vida, me meto en la ducha con la música a todo trapo y me dejo poseer por el ritmo rakatanga, bailando y meneando la súper panza en la ducha y mientras me arreglo. Canto, grito y bailo hasta que llega mi marido y me dice que estoy loca y que no escucho más que basura. Me parto de risa un rato haciéndole sufrir bailando a su alrededor lo que podría ser una danza africana de apareamiento y termino resoplando sin aliento tirada en el sofá. Tras esta pequeña batallita me insuflo de buen rollo, cojo mi ordenador y me pongo a buscar, a inspirarme y a decidir sobre mi vida y la de mi pequeña familia.
Tengo muy claro que volveré a dejarme la piel para que mis hijos tengan una buena vida y un buen futuro, como hacemos todas las madres del mundo y eso, le guste a quien le guste, y le pese a quien le pese, porque yo elijo y decido cómo es mi vida y cómo quiero que sea, aprendiendo de mis errores y aceptando, una vez más, las consecuencias de las mismas, sean malas o, como en este caso, de las mejores, el mejor regalo que la vida te puede dar: un hijo.