Luz al final del túnel

taponmucoso-g

La verdad es que creo que me ha quedado un poco dramático el título de este post, pero ya cumplidos los ocho meses de embarazo, sí que es probable que esté un poco harta de llevar una mochila de tres kilos tirando de mi pelvis y riñones con pinchazos y contracciones varias, a lo largo del día y de la noche.

El descontrol de la vejiga ya es casi de octogenaria; los andares, de brontosaurio patoso; los movimientos fetales, de extraterrestre; y el agotamiento generalizado, de atleta maratoniana tras batir un récord mundial. Vamos, una de risas que me estoy pasando…aun así, me encuentro bastante ágil y con ganas de reestructurar mi casa de arriba abajo, ‘síndrome del nido’, creo que lo llaman, pues, ¡¡a tope con toda la sintomatología de la embarazada!!

A quién no le hace tanta gracia este último asunto es a mi marido, que va detrás de mí ‘canturreando’ (por ser políticamente correcta y no excederme con el lenguaje coloquial) a todas horas que deje de hacer cosas, que está harto de perseguirme para que no me suba a una escalera o cambie un mueble de sitio. Qué ganitas tenemos ambos de que el embarazo llegue a término.

Lo que me tiene loca en este momento es la jod*** canastilla, me pasó en el anterior embarazo y me ocurre ahora. A estas alturas, todo el mundo pregunta, – bueno, ya has preparado la canastilla, ¿verdad? – mi cara de póker lo debe decir todo, porque no sé qué meter en la dichosa canastilla de las narices. Por mí, haría maleta de viaje y listo, pero queda mal, pareces una loca, vaya… Lo único que recuerdo con mi niño grande de tres años fue el sacar corriendo un gorrito para la cabeza y quitarle ese trozo de tela indigente que le pusieron nada más nacer y que le hacía parecer un viejito desnutrido.

Así que en estas me hallo, haciendo listas en todo papel que me encuentro y en el block de notas del móvil, por si se me olvida algo. Pero de tanto recordar -como dice la canción- voy a necesitar la maleta de viaje, pero de verdad…

En fin, que estoy deseando ver la carita de mi nuevo bebé, pero por otro lado tengo pánico al caos que se avecina en mí ya tranquila y apacible existencia de un solo hijo. Aún recuerdo esos maravillosos años de pareja solitaria, feliz y descansada, en la que tu única preocupación era llegar pronto de trabajar, cenar juntos charlando sobre lo acontecido a lo largo del día, acurrucarse juntos en el sillón, ver la serie de turno, y acostarse a la una de la madrugada sin sentimiento de culpa, obsesión por las rutinas y terror por las vacaciones escolares…

Todo ello seguido de un estado de felicidad plena cuando os enteráis que estáis embarazados y todo son cuidados, mimos, descanso, caricias en la barriguita que empieza a crecer, exceso de protección… y luego, bueno, luego la hecatombe del primer hijo.

No sabes lo que es realmente el miedo hasta que entras en tu casa por primera vez con tu primer hijo en brazos sin la protección de las enfermer@s, pediatr@s, ginecólog@s y demás personal sanitario, si hasta se echa de menos el calor asfixiante del hospital. Alucinas en colores, y no sé bien si es por la situación, las hormonas o un poco de todo, pero lloras, te lo aseguro, tarde o temprano terminarás llorando, -más pronto que tarde, hazme caso-.

Pues una vez superado el trauma, -un año después aprox.-, la calma reina de nuevo. Nunca volverás al estado de paz y armonía inicial, pero ahora mola más. Un hijo te da vidilla -o te la quita, todo depende-, pero en el buen sentido, en ese en el que en tu cabeza nunca más resonará una canción moderna, sino la sintonía de Pocoyó, la Patrulla Canina o los Bubble Guppies, -a todas horas y sin descanso, lo juro-, te saldrán arrugas y ojeras y tal vez alguna que otra cana rebelde, pero feliz y tranquila de nuevo.

Así que ahora volvemos al punto de partida. No creo que sea tan brutal como el primero porque ya sabes lo que hay, nadie te lo ha contado, lo has vivido y sabes cómo lidiar ante esta situación, (¡gracias cerebro por tu capacidad de adaptación!), pero, aun así, da pereza, ¡mucha! Hasta el momento de acoplamiento familiar pueden pasar meses, -sin dormir bien, por supuesto-, con lo que todo ello conlleva, que prefiero no pensarlo.

Un ‘olé’ por todas las madres del mundo, valientes mujeres con un par de ovarios bien puestos que se lanzan a la maternidad múltiple, -porque si con dos acojona, no quiero ni pensar en más. Nadie lo sabe, es un poder desconocido por la humanidad, (¡incluso por las propias madres!), pero se sale adelante y se desarrollan súper poderes que mejoran con la edad y culminan al convertirse en abuelas, o qué abuela conocéis que no sea capaz de quitar esa horrible mancha en la ropa o hacer un puré de verduras con sobras que ni Martín Berasategui…

Lo dicho…Hay luz al final del túnel 😉

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