11:59 del 31 de diciembre de cualquier año. Estoy preparado. Llevo media hora listo. Mis uvas en el bol, que recuento varias veces para cerciorarme que están las doce y en mi cabeza los doce deseos pensados durante días. Uno de ellos, no os voy a contar los otros once que todavía estamos intimando y solo vamos por la séptima cita☺, es el de “hablar mucho menos”. Como habréis podido deducir, parece que la divina providencia no desea concedérmelo.
Este complejo que me acompaña desde hace varios años y del cual soy plenamente consciente, ha sido mi espada de Damocles. He investigado con los que llamo “los callados”, personas que hablan poco pero que poseen un don especial para no entrar en conflictos y caer siempre bien, para conocer su superpoder de control ante una opinión diferente, una discusión sobre política o la necesidad de proporcionar alguna alternativa ante una dificultad. La única respuesta recibida ha sido que por qué tengo yo tantas ganas de dar mi opinión. ¡Zas Guille, en toda la boca! ¡Ahora vuelves!. Inseguridad, reconocimiento de los otros, exposición egocéntrica, son posibles explicaciones a mi verborrea o como dice una amiga psicóloga, Taquilalia. Hace pocos meses llegué a la conclusión que ninguna de esas cosas era en realidad lo que me molestaba, sino el hecho de que den por sentado que no escucho lo que tienen que decir. ¡Mentira! Si los “habladores” no escuchásemos nada no tendríamos la capacidad para rebatir. ¿Os he convencido? Lo dudo, yo tampoco me lo creo pero tenía que intentarlo. Al final la idea que quiero exponer, seguramente como autodefensa cutre, es la de tener cuidado con las primeras apariencias, intentar ver más allá, poner el punto de mira en los detalles, los gestos, las sombras.
Hablando de sombras… “A veces solo hace falta encender una luz para que ocurran cosas” Así comienza nuestra obra de arte de hoy titulada “Encender una luz”, de Ana Bonilla. No es un cuento, es una galería de obras de arte en un libro ilustrado. La autora, de forma magistral, nos muestra en cada lámina una escena diferente de la vida cotidiana iluminada con una luz concreta. La sorpresa viene cuando las sombras que proyectan los protagonistas nos muestran cosas diferentes, inesperadas. En un primer momento dudé en enseñárselo a mis hijos porque, creedme, hay imágenes tremendamente impactantes, irrespirables. Decidí no prejuzgar la capacidad de mis niños y confiar que su mirada vería sucesos que yo no era capaz… así fue. Es un placer poder tener un libro ilustrado como este en tu biblioteca y no necesitar ninguna palabra escrita para que surjan, como si de una inundación se tratara, pensamientos y emociones que te sobrecogen. El libro nos enseña que con un poco de luz, si miramos más allá del acantilado (nótese como de forma magistral, el que les escribe realiza una pequeña referencia a un post anterior de hace dos semanas), podremos ver escenas ocultas a primera vista. Aun así, se nos advierte al final – ¡qué buena es esta señora!- que en otros momentos tenemos que apagar la luz para ver otras formas diferentes. ¿De verdad no os entran ganas de comprar este libro?
Con este cuento encontré la solución a mi problema del habla, en primer lugar ASUMIRLO y en segundo lugar, con las personas que me recriminan que hablo mucho, ponerme en plan poético y contestarles: “Enciende la luz y verás que no soy yo, son las palabras que salen a borbotones de mi boca”.
Encender y/o apagad la luz esta noche y contadme que veis……
Encender una luz
Autora: Ana Bonilla Rius.
Editorial: Océano Travesía.
ISBN: 9786074001525