Los zapatos de la prisa

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Llego a casa agotada y a la carrera pensando mientras hago el trayecto desde el trabajo qué vamos a cenar hoy, qué vamos a comer mañana, tengo que poner una lavadora, necesito comprar yogures, la pequeña es está quedando sin pañales y a la mayor le hacen falta otros zapatos porque le ha vuelto a crecer el pie…. Parece mentira que en tan poco tiempo, escasos 5 minutos, puedan registrarse tantas cosas en la cabeza, y es que como tengo que dividirme entre tantos papeles no me queda más remedio que pensar como si estuviera en una continua contrareloj, y eso que cuento con un cómplice tremendamente responsable que se hace cargo de muchísimas tareas del hogar.  Al final, esto hace que llegue con los zapatos de la prisa puestos y acelerada a todas partes, pero me propuse hace años que el día que fuera madre, y ya lo soy de dos joyitas que me roban el alma cada día, mis zapatos de la prisa los dejaría en el felpudo de la entrada, y os diré por qué.

Lo primero de todo porque cuando me tropiezo por el camino con alguien que lleva mucha prisa, el encuentro acaba siendo como un poco violento porque la otra persona no para de mirar el reloj y se respira cierto nerviosismo que no permite que la relación durante ese tiempo sea acogedora. Y los peques necesitan sentirse acogidos y escuchados, si voy con prisas no puedo dedicarles tiempo a que me cuenten, y , paradójicamente, se lo reprocharé cuando tengan 16 años y no quieran compartir conmigo sus cosas habiendo perdido la oportunidad de hacerlo desde que eran bebés.

Lo segundo porque el ritmo que llevamos los adultos no lo pueden llevar los niños. Su cerebro procesa la información más despacio que el nuestro, necesitan sus tiempos para comprender las órdenes, para ejecutarlas, para elaborar el mensaje de lo que nos quieren decir o preguntar, para realizar el acto motor de lo que les hemos pedido que hagan (vestirse, recoger…) y tratar de que vayan a nuestro ritmo es como pedirle peras al olmo. Es verdad que hay que enseñarles a funcionar ligeros, pero respetando sus capacidades y ritmos, siendo conscientes de que nosotros les sacamos una ventaja de más de 30 años, y a veces se nos olvida este pequeño gran detalle.

Lo tercero porque alguien cargado de ansiedad y estrés acaba contagiando a los que tiene alrededor y para que los niños fluyan en el día a día y sea todo más fácil en la dinámica familiar, el estrés y la ansiedad hay que desplazarlas y no dejarlas aparecer. La ansiedad y el estrés bloquean el pensamiento y la capacidad de memoria, dificultan seriamente la capacidad de escucha y aprendizaje, modifican el estado de ánimo imperando el negativo sobre el positivo, y todo ello acaba siendo una bomba de relojería. Y qué queréis que os diga, que cuando vuelvo a mi casa, me apetece sentirme en un hogar donde poder disfrutar, y no un campo de batalla.

Lo cuarto porque los niños, de forma natural y espontánea, porque son niños y aún tienen una inmensa capacidad de asombro y curiosidad, se entretienen a jugar con cualquier cosa, y esas paradas que interrumpen la hora de recoger, el baño y tantas otras tareas diarias que en muchos casos nos sacan de quicio porque parece que no acabamos nunca de hacerlas, son más que necesarias para que los niños desarrollen un pensamiento creativo, sigan manteniendo vivas las ganas de investigar, curiosear y aprender, retroalimenten su imaginación y, en general, disfruten de los pequeños placeres de la vida de niño y soñar.

Sé que muchas estaréis pensando, si claro, qué utópico, llegar a casa y bajar el ritmo cuando yendo todos los días a matacaballo no consigo que se duerman y quede todo recogido antes de las diez y media de la noche. Bueno, pues hay formas de hacerlo que iremos descubriendo poco a poco en los siguientes post, que os ayudarán a que la relación con vuestros pequeños sea cada vez mejor y, sobre todo, a que haya más momentos de disfrute que de regañinas en las aburridas tareas diarias.

Dentro de poquito, mucho más….

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