Como veníamos diciendo el bebé viene programado para desarrollarse y adaptarse a los cuidadores que le toque, combinando su genética con su temperamento, que es la variedad personal propia. El programa, por decirlo así, que trae, no es un programa invariable, sino que es como un “abanico de posibilidades”. El bebé es alguien que se desarrolla en un vínculo intersubjetivo, no puede desarrollarse por sí solo. Cada bebé tiene su mapa genético, único y personal, y puede activarse o no mediante la experiencia que tenga con otro que lo regula.
Algunos bebés nacen con más sensibilidad a los estímulos y reaccionan inmediatamente a ellos, otros tienen diferentes maneras de responder. El bebé va a experimentar sentimientos de molestia, insatisfacción, estrés, bienestar, y va a procesar esas sensaciones sin muchos matices. Cuando se siente mal, va a querer que le alivien ese malestar, por lo cual necesita a un interlocutor que lo entienda, que sepa qué es lo que quiere, y desea, para así de a poco, entrar en el mundo que le rodea y tener sus primeras experiencias de placer/displacer. Si cuando se siente mal, siempre logra el alivio a través de su madre, se le internaliza una imagen de su madre como tranquilizadora; si por el contrario, está llorando y se le acerca alguien de forma hostil o nerviosa, la imagen que internalizará será perturbadora.
Afortunadamente la mayoría de los padres proporciona, de manera instintiva, la atención y sensibilidad que necesitan sus hijos para su seguridad emocional. Lo que es esencial para el niño es el grado en el cual los padres están emocionalmente disponibles y presentes para el niño, y cómo pueden regular su estado emocional, ya que él por sí solo no puede, todo este tema es lo que se llama “regulación emocional temprana”. Es muy importante, ya que de acuerdo a esas experiencias de los primeros momentos, a medida que nos vamos haciendo mayores la idea es que seamos nosotros mismos quienes podamos regular nuestras propias emociones, para no caer en impulsividades, desregulaciones, etc., tan frecuentes en los niños de hoy.
La primera función reguladora se realiza a nivel no verbal, se lleva a cabo con el tono de voz, con las caricias, con el rostro, con gestos, etc. Cuando el bebé llora desconsolado y/o está sobrexcitado, la madre lo tranquiliza, cogiéndolo, meciéndolo, con la sonrisa en su rostro; mediante muchas maneras para que pueda volver a un estado de calma. El bebé se va dando cuenta que, por ejemplo, cuando llora, mamá siempre me coge en brazos, en los cuales me siento confortable, o cuando tengo el pañal sucio, me cambia y quedo limpio, por lo cual “pido ayuda y me responden”.
Todas las teorías están de acuerdo que las respuestas que vamos recibiendo de nuestros padres, nos van generando expectativas respecto no sólo a ellos, sino a las otras personas, a cómo nos van a tratar, y esas experiencias se van inscribiendo en nuestro cerebro, quedando en la base de nuestras relaciones intersubjetivas. Nos van ayudando a tener confianza en que cuando nos sentimos mal, alguien nos va a responder. Esto genera una base segura, una base –alguien- a quien recurrir en momentos de angustia. Los niños que crecen sin esta expectativa, muestran lo que sería un “apego inseguro”, y quizás ni piden ayuda, prefieren arreglárselas solos, o como no están seguros de que alguien vendrá siempre a rescatarlos, intentan tener al adulto siempre involucrado con sus conductas. En el próximo post profundizaremos en esto…