El sábado 31 de octubre cumplí 37 años. Los niños en la calle me llaman señor y no termino de encajar todavía ese duro golpe, más vale que comience a asumir que los pantalones “slim fit” y el corte de pelo tipo cresta no harán que me vean más joven. La vida me encamina a ese horrible horizonte llamado MADUREZ. Menos mal que todavía me queda el consuelo de poder mantener ese increíble atractivo por el que mi mujer y mis compañeras de trabajo me desean de forma constante– o eso deseo pensar –.
Me gusta cumplir años, no se equivoquen, pero nunca he soportado frases como “Guillermo tienes que madurar”. Es más, no tengo muy claro a qué se refieren con esa expresión, de hecho siempre me ha parecido bastante negativa. Si me baso en mi corta experiencia, podría enumerar una serie de actos que hacen que la madurez, como la he percibido, es absolutamente contraproducente; ser correcto en todo momento, no salirse de las normas establecidas, controlar los impulsos infantiles que podamos tener en momentos acordados como inoportunos y poseer un aspecto físico tirando a marrón grisáceo que consigue que sigan llamándote “Señor” para siempre. ¡Qué pereza!, ¡Me niego a seguir ese camino! – o eso pretendo creer- .
Pululan estos pensamientos en mi cabeza cuando de repente llama a mi puerta cráneo-cerebral el cuento de “Lucas”. La historia de un niño cuyos maestros dicen que no llegará lejos en la vida. Lucas es diferente. Le gusta leer pero no los libros de lectura obligatoria semanal, le chifla la ciencia pero no la clase de experimentos que realizan en el aula y le apasionan los números pero no cómo se los muestra el profesor. No saben qué hacer con él. Lucas no es como los demás. A pesar de todo y justo cuando está a punto de cumplir su objetivo, los profesores continúan señalando que no lo conseguirá pero nuestro valiente protagonista cree en sí mismo a pies juntillas y ante la duda de los demás su única contestación es 10, 9,8,7,6…. ¿queréis saber cómo finaliza? Tendréis que comprarlo y experimentar el escalofrío de satisfacción que recorrió mi cuerpo cuando lo supe.
¿Por qué perder espíritu inconformista y revolucionario a nuestra edad? ¿Por qué no seguir creyendo en nuestras posibilidades? ¿Por qué no romper en ocasiones las normas como los niñ@s, como Lucas? Este texto es indispensable para padres/madres y sobre todo MAESTROS (cuando lo lean sabrán porqué). De hecho me voy a permitir un lujo, y como tengo un pequeño dictador en mi interior, os digo que no le daría el carnet de padres/madres ni el grado de Magisterio de educación infantil o primaria a quien no tenga este cuento en su casa o aula. No podemos ser perfectos pero tenemos que tener historias cerca que nos ayuden a mejorar – o eso quiero haceros creer- .
Mi hijo Marcos dijo que Lucas “eda divedtido” (todavía se pelea con la “r”). Tenía razón. A veces simplemente hay que dejar a los hij@s y las personas que hagan sus creaciones, que lleguen lejos y podamos tener cerca de nosotros a unos cuantos Lucas – o eso simplemente me apetecía contaros.