Lo que la maternidad esconde

Maternidad

¡¡Ya estoy de vuelta!! He visto que habéis conocido a mi pequeña guerrera, espero que haya sido de vuestro agrado jeje, desde aquí quiero agradeceros a tod@s vuestras muestras de cariño, han sido muchas y todas recibidas con una sonrisa medio lacrimógena, que las hormonas están a flor de piel, ahora más que nunca 🙂

Sobre el parto, contaros que fue muy bueno, en cuatro horas y media ya tenía a mi niña en brazos, llorando todos: ella, el papá y yo. Cada uno en su estilo, los padres de inmensa emoción y la hija de total incomprensión ante su llegada al mundo, que de estar ahí tranquilita y a gusto, debe traumatizar bastante salir al frío y desconocido terreno de juego.

Del pecho, por supuesto ni hablar, lo intenté, de verdad. A lo mejor no tanto como hubiera deseado la liga pro lactancia, o el clan de enfermeras malhumoradas que no respetan las decisiones de madres ‘flojas’ como yo y que desde ese preciso instante te miran mal y te tratan con desprecio. ¡ojo! Que también hay muchas que le quitan importancia al asunto y ejercen su trabajo sin problemas. Pero oye… qué mala suerte tengo que siempre doy con alguna con el diente torcido, en fin, qué se le va a hacer, ya le he dado suficientes vueltas a este asunto, no sigamos enredando más.

Estaréis conmigo en que es necesario rebautizar el título del blog, ya no hay embarazo, ahora nos metemos de pleno en la maternidad, aunque, afortunadamente, no de la primeriza. He de reconocer que un segundo hijo se lleva con más calma, paciencia y conocimiento. Pero el bombardeo hormonal sigue siendo el mismo, no disminuye, ni se adapta, ni evoluciona con la sabiduría acumulada.

De hecho, he descubierto un nuevo componente que antes desconocía en esto de ser madre por segunda vez y es el sentimiento de culpa. No el remordimiento habitual cuando tienes un hijo y crees que no pasas suficiente tiempo con él, que no llegas a tiempo a nada y te consideras una mala madre de libro. Al menos, a mí me ocurrió con mi primer churumbel.

Pues no es ese tipo de inquietud, no. Es un desasosiego absoluto porque mi niño grande de tres años crea que le estoy desatendiendo o que no le quiero como antes. De hecho, ahora demanda pasar más tiempo con su padre, algo que me parece estupendo, pero me altera por el hecho de no ser a mí a quien reclame a todas horas como hacía hasta hace un mes. Puedes ser egoísmo por mi parte, pero más que un sentimiento celoso, ya os digo, es preocupación porque pueda pensar que le he sustituido.

Claro, que tampoco puedo dejar de achuchar y tener en brazos a la pequeña brujilla, -me niego a llamarla princesita-, de la que cada día estoy más enamorada, -a excepción de las noches de llantos interminables, en ese momento me gustaría que desapareciera de la faz de la tierra, lo reconozco (de esto hablaremos otro día)-. Sentimientos encontrados a los que sumar la recuperación del parto, aunque reconozco que esto se me da bien y mi cuerpo es bastante agradecido.

En fin, que lo de las hormonas es una movida gorda, que además lleva consigo un par de amigas mal avenidas: la falta de sueño y la incomprensión masculina. Un cóctel molotov en toda regla, ¡vaya! Y es que la maternidad en sentido ‘metafísico – filosófico’ es un concepto precioso, maravilloso e ideal, ahora bien, la realidad te pega un arrechucho psicológico cercano al ‘hard-core’. Pero que nadie se asuste, -bueno, un poco sí-, son tres meses malos, como quien dice. Luego es toda una vida de amor incondicional y preocupaciones eternas.

¡A disfrutarlo!

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.