Punto y coma

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“El Punto” es uno de los cuentos que más estoy leyendo ultimamente. Existen  dos motivos fundamentales para ello. El primero es que a mi hijo pequeño Marcos – ya saben el de 5 años, moreno, ojos negros y enormes, boca perfecta y guapo como su padre  le gusta muchísimo  y el segundo es que cada vez que lo leo, me ayuda a sobrellevar esos días “lluviosos”

Nos gusta todo lo que rodea este libro. Las ilustraciones, por ejemplo, no ocupan toda la hoja sino que son un espacio en el medio de la misma, destacándolas aun más sobre el fondo blanco. La autora/ilustradora juega con sus dibujos como juega con “el punto”  de la propia fábula. Otro detalle a señalar, es el texto en cada página:  corto, con fuerza y provocador. Quieres seguir leyendo para saber qué le puede pasar a Vashti, nuestro protagonista.

Y el final. ¡jo!, el final es todo aquello que un padre/madre, amigo/a, profesor/a querría conseguir con alguien que quiere o acompaña en la vida.

Creer que el otro puede hacerlo, la fortaleza de uno mismo, la creatividad, la referencia de un adulto que te apoya y el arte como forma de expresión,  son algunos de los valores que yo he encontrado en esta historia.

Estos párrafos escritos podrían ser el blog de esta semana, realizado con 216 palabras y enfoncando las partes más importantes del contenido y  sin mostrar la trama al lector. El problema es que este cuento es mucho más y os lo quiero contar. Mi amigo Andrzej,  contador de cuentos y gran persona, me recuerda a la profesora que sale en la historia, dejad que me explique…

Durante el primer año de mi hijo mayor Martín –  qué originales somos poniendo nombres mi mujer y yo – estuve muy preocupado, creanme muy preocupado. El motivo esencial fue  que no pude crear un cuento durante ese espacio de tiempo. Nada, ni un puñetera historia o narración breve. En la habitación, dando un paseo por el campo,  incluso conduciendo, me ponía a pensar para intentar quer algo viniera a mi mente pero las musas no aparecían y a mi puerta solo llamaba un tipo horrible llamado ansiedad. Como casi no soy dramático, una noche le dije a mi mujer con tono lastimero y casi ridículo “Belinda, creo que ya no voy a crear nunca más”. Ella, una señora paciente y amorosa me miró e  intentó tranquiliarme… pero nada. Todo cambió cuando al contarle mi desasosiego a Andrjez, me conestó que era absolutamente normal. Yo puse cara de incredulidad  y con cariño intentó explicarme que durante ese año había elegido dar el cien por cien de mis energías al cuidado y relación con mi hijo y que toda mi creatividad la estaba desbordando en Martín. ¡Madre mía, qué panzá a llorar me llevé!. Desconozco si esa seudo-teoría fue cierta pero yo la quise creer a pies juntillas y la seguí llevando a la práctica cuando nació Marcos. Pasado el tiempo Andrjez me volvió a decir que tal iba lo de mi creatividad y le dije que tenía un poco miedo al vacio. Me sonrío y con la paz que siempre lleva consigo me dijo: “todas las historias comienzan por Erase una vez”  y así….. volví.

Cuando compren y lean “el punto”, lo comprenderán. 

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