Hace tres años me empeñé en ser feliz todos los días. Es cierto que mi ADN tiende a la alegría y que me crió una persona muy positiva. Pero ser feliz todos los días está siendo una tarea ardua y, a veces agotadora, pero tan rentable, que ya no me planteo vivir de otro modo.
Siempre he pensado que la felicidad es una decisión racional, desde muy jovencita acuñé esta frase como un estandarte. Una cosa es decirlo y otra practicarlo, así que tomar la decisión de aplicarme este lema me ha costado años de experiencia, ya sabes que los treitantos dan una perspectiva maravillosa y los niños también.
La vida no me lo pone fácil, desde el 21 de diciembre de 2014 cada mañana es un reto interesante. Ese día mi vida y la de mi familia dio un giro de 180º que intentamos estructurar como podemos. Ese día mi padre sufrió un ICTUS maligno a 400Km de nuestra casa, en plenas vacaciones y comenzó una aventura de aprendizaje extremo en la que estamos todos inmersos. Está siendo terrible y maravilloso al mismo tiempo. En esta situación hemos descubierto hasta donde llega el amor de la familia y de los amigos. Hemos llorado de emoción y de agradecimiento. No hay palabras para describir como te sientes cuando unos de los mejores amigos de tus padres aparecen en el hospital el 1 de enero a las 10 de la mañana, después de recorrer 400km sin apenas haber dormido cuando se habían marchado el 31. No hay palabras, cuando ves, que a pesar de estar tan lejos, todo el mundo se turna para acompañarte. Ese cariño no nos ha abandonado en ningún momento.
Hasta el 21 de diciembre de 2014 yo era feliz sin dificultad, como no serlo con tres niños tan pequeños rebosantes de alegría, con un marido estupendo a mi lado, un trabajo y una familia genial. Pero una mañana suena el teléfono a deshora y se resquebraja el equilibrio, desde ese instante la cosa se pone más complicada. Los primeros días son como una pesadilla de la que no se puede despertar, apenas tienes capacidad de reacción, no eres tú. Todo son sobresaltos y malas noticias mezcladas con buenas que no te llegas a creer. Estás subida a una montaña rusa emocional de la que no se puede bajar. Poco a poco todo se va calmando y la realidad se abre paso en tu mente. No negaré que te hundes momentáneamente, aun no eres tú.
No se deciros cuanto me duró esta narcolepsia mental, pero se cuando se acabó. Una mañana alguien en el hospital me dijo “vais a pasar dos años malos pero luego ya verás como se soluciona” No oí la segunda parte de la frase, se me clavó lo de “dos años malos” Mis hijos estaban jugando en la sala de espera del hospital, en ese momento tenían 2, 4 y 5 años, Mateo aun tomaba pecho. Algo en mi mente puso un STOP instantáneo. No podía perderme los próximos dos años de mis hijos, etapas maravillosas que no podían estar intoxicadas por una desgracia. Me desperté en ese momento y recordé mi frase, mi estandarte y comencé a ponerlo en práctica.
Lloro muchos días, cada vez menos. Me levanto con la tristeza amenazando, pero no le doy más que algún ratito de tregua, el resto del tiempo lucho como una gladiadora para que cada día sea bueno para mi y para los que me rodeen. Día a día, a veces, minuto a minuto, y así llevamos ya 10 meses disfrutando de lo que se puede e inventándonos maneras nuevas de disfrutar. Hoy, porque mañana puede ser tarde.