Si hace unos días viví una incómoda situación que, lejos de ser un acoso sexual en toda regla, sí se le podía parecer, también tuve la sorprendente ocasión de darme cuenta de la despreocupada reacción que tuvo mi entorno al conocerla. El episodio en cuestión lo protagonizó un joven que, pasado de copas -lo decía su forma de andar y el pestazo que soltaba a alcohol-, me siguió por las escaleras del portal hasta mi planta para abalanzarse sobre mi. Y digo “acoso” porque a pesar de que le advertí de que sabía con exactitud que no vivía en mi planta, él me desoyó mientras me rodeaba con sus brazos e intentaba pronunciar algo así como “yo me voy contigo”.
Pues bien, una vez conseguí deshacerme rápidamente de él y expliqué a mi entorno la incómoda situación, continué sorprendiéndome de alguna reacción que me hizo reflexionar. Desde el desafortunado “¿te lo tiraste al final?” hasta el “seguro que ibas provocando” pasando por el “¿no le invitaste a una copa?”. Por supuesto, no les tomé demasiada importancia viniendo de las voces amigas que lo dijeron. Pero sí me hicieron reflexionar sobre que sin duda no hubieran sido las mismas si en este caso hubiera sido una mujer la que resulta abordada.
Después de madurar estas reacciones me vino rápidamente a la cabeza una noticia difundida en infinidad de medios y redes sociales en las que un hombre era acosado por dos mujeres en una gasolinera de EEUU. En este caso, el hombre denunció la incómoda situación a la que se vio sometido por dos mujeres que no paraban de refrotarse contra él. A una de ellas, la que fue detenida por acoso sexual, se le habrán quitado las ganas de arrimar la cebolleta durante un tiempo. O eso esperamos. La visualización del video pone de los nervios a cualquiera y dan ganas (sin hacer apología de la violencia) de quitarse de un guantazo a la ladilla esa de encima. Pero, ¿cómo hacerlo? ¿os imagináis que la patada en la entrepierna cambia a ser de un hombre a una mujer? Demasiado fuerte, ¿no? ¿Qué hacer entonces?
En este caso, la noticia se convirtió en algo anecdótico y sin duda alguna no llegó a tener el mismo matiz de un acoso sexual de un hombre hacia una mujer. Fue el propio morbo el que hizo difundir la noticia por medio mundo. Pero la realidad es que resulta difícil saber cómo actuar y hasta qué punto llegar en cuanto a la defensa personal masculina cuando en la otra punta se encuentra una mujer. Y en el primero de los casos, en la vivencia que me tocó vivir, ¿se hubiera considerado acoso? ¿una pelea de gallos? ¿un ataque homófobo? Inquieta saberlo.
Una vez más, supongo, serán las desigualdades sociales y culturales las que nos hacen pensar de forma diferente y tratar con distinto rasero una misma situación. La ausencia de datos en España sobre hombres acosados y/o violados también es evidente, aunque debo de confesar que ignoro la razón. ¿Estamos ante un problema callado? ¿Somos nosotros mismos los que a través de clichés favorecemos esa “vergüenza” que corta nuestras libertades? ¿Es la sociedad la que aún no se cree que pueda haber hombres acosados?