Las limitaciones de una embarazada viajera por Barcelona

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Antes de tener hijos me ‘impuse’ un objetivo anual, viajar al extranjero una vez al año, donde fuera, -y no, no valía Cataluña como país foráneo-, el caso es que cumplía a rajatabla este mandato propio, no como otros que contienen palabras clave en su formulación tales como: gimnasio, adelgazar, ponerse en forma, salir a correr… creo que ya me entendéis…

El caso es que tras dar a luz este objetivo tan idílico se convirtió en una utopía, con un bebé a cuestas, lo más lejos: las fronteras patrias, aunque he de reconocer que una vez fuimos a Biarritz, y esto sí que cuenta como país vecino.

Pues ahora que mi niño grande de casi tres años ya no me tiene encadenada a su lado, metafóricamente hablando por supuesto, cuando una amiga imprescindible te propone un viaje relámpago para desconectar y visitar a otra de las imprescindibles de mi lista que acaba de ser madre, no me lo pienso, ¡sí a todo!, aún sin consultar con mi marido, que seguro que no se niega, aunque solo sea por esas interminables tardes de pádel, torneos y rankings a los que nos tiene acostumbrados… yo lo llamo chantaje emocional, habréis oído hablar de ello, ¿verdad?, jejeje (risa cómplice rozando la maldad).

Llega la fecha prevista de partir, -nos vamos un miércoles y volvemos el jueves, no os vayáis a pensar que hay maleta de por medio-, vuelvo a ver la T4 allá en el horizonte y recuerdo lo mucho que me gustan los aeropuertos, -modo nostalgia ON-, espero a mi imprescindible amiga con nervios en el estómago, otra vez risas, confidencias y tontunas ‘a tuti’, abrazos, besos, morriña… ala, súbete al avión…

¿Por qué?, por qué no habremos escogido el AVE que es tan tranquilito, recorriendo sus vías y traviesas tan ancladas a la tierra… ¿desde cuándo me da miedo volar? Agarrada a mi asiento y con el cinturón de seguridad bien abrochado me doy cuenta por primera vez desde que salí de casas, de que ¡estoy embarazada!, cuánto llevo escrito, cinco párrafos, pues ahora también me había olvidado de ello… el caso es que son solo cuatro meses de gestación, pero mi estómago está de marcha, se ha ido de farra sin avisar y en pleno despegue… uy uy uy… sin aportar el número de veces que, en tan solo hora y cuarto, he ido al wáter aéreo…

Llegamos a Barcelona, -destino casi extranjero en las circunstancias que vivimos actualmente-, ¡ay que iluuuu!, creo que es en este momento en el que mi súper amiga se olvida completamente de que ha tenido dos hijos, es decir, dos embarazos, y de que su inseparable amiga está en estado de buena esperanza desde hace 17 semanas…

Entusiasmadas las dos, pero con puntos de vista diferentes en cuanto al transporte público se refiere. No tengo nada en contra de viajar en autobús o cercanías, ahora bien, el metro sigo considerándolo una trampa mortal, no tiene nada de romántico viajar bajo tierra paseando por túneles infestados de gente y todo ello acompañado de un olor, digamos peculiar, dejémoslo ahí… nunca me ha gustado, lo confieso, seguramente porque no soy de ciudad grande, tampoco soy Paco Martínez Soria, os lo aseguro, pero he tenido malas experiencias en esa ratonera y estando embarazada, no me apetecía ‘disfrutar’ de sus privilegios.

Vamos, que ahí tuvimos nuestra primera pelea de enamoradas, yo taxi – tú metro, así que tiramos por la calle del medio y fuimos en autobús hasta el centro de la ciudad y ahí, que quede claro, terminé montando en metro… en fin, bueno, que me desvío del asunto.

Tras descansar en el hotel un rato, mi supuesta amiga, tuvo la genial idea de ir andando hasta la clínica donde se encontraba nuestra parturienta preferida, genial, andar es súper sano y a mí me viene genial, hasta que el navegador de mi teléfono me devolvió a la realidad de un manotazo, hora y media andando… ojiplática perdida le dije a la persona con la que viajaba, ¿peeeeeerooooo, te has vuelto loca?, y tras ‘venderme’ una mierda sobre estar en forma y lo genial que se siente ella ahora, tras casi tres años desde el último embarazo… nos fuimos andando… 45 minutos después me planté en una acera, no doy un paso más criatura del infierno, o cogemos un taxi o te quedas sola… finalmente accedió ante mi poco endulzado tono de voz, unido a mi expresión de asesina en serie, -que he cultivado tras ver muchos capítulos de Mentes Criminales, serie que he dejado de ver porque no podía dormir por las noches-.

Tras visitar a nuestra amiga y su recién parida prole no hubo discusión, era taxi o nada, ahora bien, se vengó de mi haciéndome patear todo el Paseo de Gracia y la Diagonal en ambos sentidos, buscando un mexicano, en principio, al no encontrarlo la opción era sushi, con lo cual, tuve que volver a recordarle que, aunque me apeteciera más que nada el mundo, no es recomendable comer pescado crudo estando en mi ‘estado’, a lo que me contestó… ¡bah, pero si están obligados a congelarlo!, si, si… me apuesto lo que quieras a que ella no lo probó por muchas garantías que le dieran…una vez más mi embarazo nos separaba un poco más…

No me estoy poniendo trágica, solo le estoy poniendo un poco de guasa al asunto, la verdad es que nos lo pasamos de lujo, nos reímos un montón y yo he necesitado dos días para recuperarme de semejante palizón… porque al día siguiente no os penséis que fue benevolente conmigo, no, no, no, volvimos a practicar el pasito pálante, pasito patrás…

Sin extenderme más, viajar con niños o embarazada nunca se parecerá lo más mínimo a aquellos maravillosos años de turisteo placentero sin estrés, así que, ¡¡¡qué vivan las amigas imprescindibles que cada día quiero más y los planes relámpago!!!

 

Celia Marqués, embarazada y amiguísima

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